28 marzo 2012

Ser discípulo de Jesús - Inma Martí Seves

Hace dos domingos se leyó en la Eucaristía el episodio en que Jesús hace un látigo y empieza a echar a los animales del templo, vuelca las mesas, tira las monedas.
 
Yo me preguntaba cuál hubiese sido mi reacción de haber estado presente.   Seguramente tampoco lo hubiese entendido, igual que sus contemporáneos.  También me preguntaba lo mismo si hoy apareciese alguien que, como Jesús, desafiara y cuestionara tantas cosas establecidas, quebrantara la ley, pusiera en entredicho tantos mandamientos religiosos, se rodeara de los más olvidados de la sociedad, aquellos ante quienes nosotros hoy retiramos la mirada, ni nos planteamos escucharles un minuto.
 
Por eso siento que mi situación hoy respecto a Jesús es muy diferente a quienes convivieron con él.  Tengo el testimonio de sus seguidores a lo largo de los siglos, tengo la larga historia de una comunidad que con sus luces y sombras trata de vivir tras sus pasos, me han explicado lo que fue su vida, muerte y resurrección digamos que he sido introducida en esto con muchos factores favorables. 
 
Sin embargo, nada de esto me haría verdadera seguidora, verdadera discípula.  Y en eso estoy en igualdad de condiciones con sus contemporáneos.  Muchos de ellos presenciaron físicamente las  actuaciones de Jesús, escucharon sus palabras…  pero no creyeron.
 
En algunas épocas de mi vida me he dicho qué fácil sería si hubiese conocido a Jesús físicamente.  Así que, en unas ocasiones creo que hubiese sido fácil y en otras, difícil.  ¿Por qué?  Simplemente porque con la única premisa de la proximidad física o temporal lo que deseo es apropiarme de Jesús, controlar yo la situación, poder ponerle mis condiciones.
 
Se  hicieron realmente sus discípulos quienes encontraron en su interior algo en lo que conectaban con él; más: algo en lo que se percibían inseparablemente unidos a él aunque no supieran explicarlo, ni tan siquiera comprenderlo.  Entonces se atrevieron a arriesgar lo demás, lo material y lo inmaterial, que a veces nos ata más.  La propia imagen, las apariencias, los deseos, los miedos, los apoyos  y ahora sucede exactamente igual.   
 
También los escribas, letrados y fariseos le escuchaban, pero su interior estaba ya ocupado, protegido con leyes, doctrinas y tradiciones.   Pero no les sucedía solamente a ellos el no poder encontrarse realmente con Jesús.  También las gentes normales, humildes, muchas veces lo buscaban solamente porque les daba pan, porque curaba o porque mientras le escuchaban se quedaban admirados.
 
Antiguamente (y creo que hoy sobre todo en oriente) los discípulos convivían con sus maestros.  Y esto es muy importante.  Cuando Andrés  y su amigo encuentran a Jesús le preguntan dónde vive y se quedan con él.   Y no sólo eso, sino que van invitando a otros a hacer la misma experiencia.  (Jn. 1, 35 y siguientes)
 
Justamente en el evangelio de la misa de hoy, Jesús dice: Estudiáis las Escrituras pensando en encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! (Jn 5, 39-40)
 
Estas palabras han sido para mí una llamada.  Para venir a Jesús es necesario ir sin nada, saber que previamente no hay que hacer nada, sólo querer estar con Él.  Estar amando y dejándome amar.  La única tarea del discípulo es convivir con su maestro.   Cuando se descubre conectado con él, unido a él, descubre que es Plenitud que se desborda (expresión de Mónica Cavallé), entonces nace la expresión de esa plenitud, en forma de servicio, de amor compartido, de alegría, de gratitud!¦
 
Con gran cariño.  
 
Inma en Valencia, España.
 
 
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