Apreciado amigo lector, la Cosmología o el estudio del Universo nos
presenta a éste como un gran libro que podemos aprender a leer. Para abrir ese
libro debemos ubicarnos en el universo y observar.
Somos como astronautas que vamos en el universo en un maravilloso viaje
alrededor del sol cada año. Nuestra nave
espacial es este increíble planeta Tierra, que aún no conocemos muy bien.
Junto con los otros siete planetas y atraídos por la poderosa fuerza de la gravedad
de nuestra estrella nos encontramos localizados en la galaxia Vía Láctea. Y con 200 billones de estrellas y otros
sistemas solares como el nuestro, somos remolcados por nuestra galaxia, en un
viaje que dura aproximadamente 240 millones de años para completar una órbita.
En la obscuridad del universo compuesto por trillones de galaxias, nébulas
y materia oscura, existe una Mente o Energía Infinita que guía la marcha del
universo mediante leyes de armonía. Entre ellas se encuentra la ley de la
evolución creadora, la ley del movimiento, la ley de gravitación
interplanetaria e intergaláctica. Para el mundo de los seres humanos existe a
ley del amor y del alineamiento con la Mente Infinita.
La Mente o Energía Infinita es un
espíritu amoroso, omnipresente, inteligente e infinitamente abierto a la
comunicación. Es la Divina Sabiduría. Es
muy importante entender que esta Mente Infinita no puede ser objeto directo de
nuestros métodos de investigación científica que usamos hoy para ir de lo
conocido a lo desconocido. Nuestra
inteligencia es incapaz de comprender a Dios.
La ciencia genuina debe estas abierta a la
consideración de otras formas extrasensoriales de conocimiento que van más allá
de nuestros rigurosos pero limitados métodos científicos. A la Mente Infinita
no la podemos llevar a un laboratorio y someterla al análisis de nuestros avanzados microscopios. Este hecho
no da pie para negar científicamente la existencia de esa Energía Infinita. En
el pasado se le manifestó a Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés y a las mujeres y
hombres profetas de la Biblia judía.
A los pueblos indígenas del continente americano y
de otros continentes se les manifestó como el Gran Espíritu.
Finalmente se encarnó en la persona del hombre
Jesús. Y le confió la misión de revelarnos y enseñarnos quién es esa Mente Infinita, ese Santo
Espíritu que habita en nosotros.
Numerosas veces cuando Jesús se refiere a la Mente
Infinita se refiere a Ella como mi Padre o nuestro Padre. El Padre nos ama, es
misericordioso y nos perdona. Su amor es
ilimitado para todos, buenos y malos. Su amor no es sólo para los judíos sino
para todas las naciones y razas. Lo que más nos impacta de ese amor es que es
para los pecadores y para todos aquellos que se consideraban malos por los
contemporáneos de Jesús. No es un Padre
castigador sino amoroso y que nos sigue amando aún cuando nos separemos de él.
Es un Padre que espera nuestro arrepentimiento y conversión. Lc. 15, 11-31.
Cuando Jesús comienza su ministerio público, que
duró aproximadamente tres años, inicia su predicación con el gran anuncio: “Arrepiéntanse y cambien sus corazones
porque el reino de los cielos se ha acercado”. Mt. 4: 17.
Al nivel de la concientización que Jesús tenía de
la presencia de Dios en El, ese anuncio significaba que Dios Padre encarnado en
El, obviamente estaba en medio de los que rodeaban a Jesús. Y esa presencia se hizo patente durante los
tres años de predicación con el poder de
sus obras milagrosas, incluyendo su resurrección.
Más tarde en uno de los encuentros con las
multitudes que lo seguían para escuchar su mensaje, unos fariseos le
interrogaron: “Cuándo va a venir el
reino de Dios? Y el les respondió: La venida del reino de Dios no se puede
observar, y nadie podrá anunciar, miren el reino de Dios está aquí o el reino
de Dios está allí. Porque he aquí que el
Reino de Dios está dentro de vosotros.”Lc. 17:20-21. En la narración de
este hecho Lucas usa la palabra griega, (entos)
que significa, dentro de vosotros, en vuestros espíritus, en vuestras vidas.
Cuando Jesús hizo estas afirmaciones no se refería
a algo que va a pasar después de la muerte sino a algo que ya está sucediendo
ahora. El Reino de Dios está presente ahora, está dentro de cada persona en
este momento. Tener el Reino de Dios es lo mismo que tener “la vida eterna” y para disipar malos
entendidos como, por ejemplo, que la vida eterna es después de la muerte, Jesús
afirmó categóricamente: “Pues ésta es la
vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesús, el
Cristo.” ( Jn. 17, 1-3). Obviamente
este conocimiento de Dios y del Mesías debe llevarse a cabo en esta vida,
ahora, como requisito para poderlo ver cara a cara después de la muerte.
Cuando Jesús afirma que el Reino de Dios está
dentro de nosotros, no se refería a un grupo en
particular o a una elite. Jesús quería decir dentro de todas las personas. Cuando Jesús habla del amor a los enemigos
está asumiendo que Dios también está dentro de los enemigos como en nosotros.
“Matar a un enemigo sería lo mismo que matar un
aspecto de Dios en el enemigo y en nosotros.”
Jesús usa las parábolas como método de enseñanza
Jesús se tomó tres años en explicar la presencia
del Reino de Dios en nosotros. Para El esto era tan importante que usó muchos
ejemplos y parábolas para ayudarnos a entender qué tan
decisivo es para nosotros aceptar y tomar consciencia de la presencia de Dios
en nuestras vidas.
Jesús estuvo hablando sobre el reino de Dios
durante sus tres años de ministerio público, pero los evangelistas, por razones
didácticas, presentan ciertas enseñanzas de Jesús sin tener en cuenta el
aspecto cronológico. Mateo, por ejemplo, coloca ocho de las parábolas sobre el
Reino de Dios en el capítulo 13 de su evangelio.
El reino de
Dios es semejante a un sembrador que salió a su campo a sembrar. Parte de la semilla cayó en el camino, otra parte
cayó en terreno pedregoso, parte cayó entre espinos y malezas y fue sofocada, y
finalmente alguna semilla cayó en terreno fértil y dio fruto, ciento por
ciento, sesenta por ciento o treinta por ciento. Jesús dedica una buena porción de tiempo en
explicar a sus discípulos quién era el sembrador y qué era la semilla.
Obviamente Jesús y sus seguidores son los sembradores y la semilla es el
anuncio del Reino de Dios.
El Reino de
Dios es semejante a un hombre que salió a sembrar buena semilla y su enemigo vino y sembró malezas en medio del trigo.
El Reino de
Dios es como un grano de mostaza que una persona sembró en un campo. La plantita
creció, muy pequeña primero, pero poco a poco fue creciendo y se hizo un
arbusto grande… En esta parábola Jesús deja entrever las características de
desarrollo dinámico de la presencia de Dios en una persona.
El Reino de
Dios es semejante a la levadura que una mujer tomó y la mezcló en tres medidas
de harina que fue fermentada. Con este ejemplo Jesús
deja entrever la importancia del contacto personal en la expansión del Reino de
Dios entre los humanos. El crecimiento del Reino de Dios es dinámico. Primero
crece en el individuo, por la fe, y después se comunica a otras personas.
Aquí el evangelista hace un paréntesis para explicar porqué Jesús enseña en
parábolas. Dos veces Mateo hace énfasis en que lo que Jesús está haciendo es en
cumplimiento de las profecías hechas en la Biblia judía.
En los versículos 14 y 15 cita primero a Isaías y
después el salmo 78. “Abriré mi boca en
parábolas, y anunciaré lo que ha
estado oculto desde el principio del mundo.”
El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido
en un campo que cuando una persona lo encuentra, lo esconde de nuevo y llena de gozo va
y vende todo lo que tiene y compra el campo para poseer el tesoro.
El Reino de
los cielos es semejante a un comerciante que busca perlas preciosas y cuando
encuentra una perla de gran valor, va y vende todo lo que tiene y la compra.
El Reino de los cielos es semejante a una red
lanzada en el mar, que recoge toda clase de peces. Al sacarla los pescadores
separan los que son buenos para comer de los que no lo son.
Ser conciente o experimentar la presencia de Dios
en nuestro espíritu es la meta principal de un seguidor de Jesús. Esto
presupone dar total credibilidad a las enseñanzas de Jesús.
Los que no creen se preocupan por lo que van a
comer o con qué se vestirán. Para un
seguidor de Jesús lo más importante es: “Buscar
primero del Reino de Dios y su justicia y todas las demás cosas se nos darán
por añadidura”. Mt. 6: 33-34.
Horas antes de su crucifixión Jesús dedica un
periodo de tiempo considerable para dar a sus apóstoles la información más
valiosa sobre la presencia del Reino de Dios en nosotros.
En el evangelio de Juan, capítulos 14, 15 y
16 Jesús dice en términos muy precisos
quién se va quedar con nosotros cuando El se vaya al Padre. Yo rogaré al Padre y El les va a mandar “a otro
abogado o intercesor que estará con ustedes siempre.”
“El Paráclito o Espíritu de
verdad les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he
dicho.”
“El los
guiará a la verdad total.”
Después de la resurrección y pocos minutos antes
de ser elevado al cielo algunos le preguntaron: “Señor es ahora cuado vas a restaurar el reinado a Israel?” Obviamente
muchos de ellos no habían aún entendido que el Reino de Dios del que Jesús
hablaba no era un reino de poder
militar, capaz de echar a los Romanos invasores de Palestina. Y Jesús haciendo
caso omiso de su ignorancia les recalca su promesa del reinado de Dios en
nuestros espíritus y les responde: “No
se os ha sido dado conocer el tiempo ni la hora establecida por el Padre con su
autoridad. Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre
vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén…”
En el evangelio de Marcos toda la predicación de
Jesús
se denomina como el secreto
mesiánico. El secreto de la
presencia de Dios en los seres humanos pero nosotros no lo sabíamos y esa era
la misión de Jesús, dárnosla a conocer.
Jesús se pone en contacto con el Padre por la oración
¿Cómo ponernos en contacto con la presencia de Dios
en nosotros? Cómo hizo Jesús para ser conciente de la presencia del Padre en
El?
Repetidas veces los evangelistas mencionan que
Jesús se retiró a orar a solas. A continuación incluyo varias citas que
corroboran cómo Jesús practicaba la oración, meditación o contemplación.
Mt. 14:13 “Jesús
se fue a un lugar despoblado para estar solo. Para orar.
Mt. 14:23 “Subió
solo a un cerro a orar. Al caer la noche estaba allí solo.”
Lc. 6:12 “Subió a un monte para orar”
Lc. 9:28 “Jesús
subió con Pedro, Santiago y Juan a un
cerro a orar.”
Lc. 4. Jesús
cuando fue al desierto por 40 días estaba orando y ayunando y fue tentado por
el Diablo.
Lc. 4:42 “Cuando amaneció, salió Jesús y se fue a un
lugar solitario…”
Lc. 5:16 “Pero
El buscaba siempre lugares tranquilos y allí se ponía a orar.
Lc. 6:12 “En
aquellos días se fue a orar a un cerro y pasó toda la noche en oración con
Dios.”
Lc. 9:18 “Un día se había ido Jesús a un lugar
solitario para orar y estaban sus discípulos con El.”
Lc. 9:28 “Jesús
llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y subió a un cerro a orar. Y mientras
estaban orando, su cara cambió de aspecto y su ropa se puso blanca y
fulgurante.”
Lucas en el capítulo 11 de su evangelio menciona que Jesús estaba orando en
algún lugar y cuando regresó sus discípulos le dijeron, “Señor enséñanos a orar.”
Basado en su práctica de orar Jesús dio la guía
sobre cómo orar. Mt. 6:5-8.
“Consigue
un lugar apartado, tranquilo.”
“Cierra la
puerta.”
“Y ora
al Padre en secreto” (krupto) que en griego quiere
decir silencio.
“No digas
muchas palabras como los no creyentes lo hacen.”
Para experimentar la presencia de Dios en nosotros
Jesús requiere dos condiciones: 1. Ser
como niños (Mt. 18, 2-5),
2. Tener fe, (Hebr. 11, 1, y Mc. 11,
22-24).
Existe una
tradición cristiana de la oración contemplativa que nos viene desde Jesús
Por la información que existe en la historia de
los monasterios de Egipto y del Medio Oriente de los primeros siglos de nuestra
era, sabemos que los primitivos cristianos seguían este método de oración
dejado por Jesús. En las cartas de San
Pablo existen numerosas referencias que sólo tienen sentido si las ubicamos en
comunidades que trataban de practicar el método de oración enseñado por Jesús.
Existen dos tradiciones sobre esta forma de orar,
la oriental llamada meditación y la occidental o judeo-cristiana llamada
contemplación u oración contemplativa. En ambas tradiciones se hace igual
énfasis en la importancia de aprender a guardar silencio para poder escuchar a
Dios que habita en nuestro espíritu.
En la tradición judeo-cristiana de la oración
contemplativa por medio del silencio y la fe, nos disponemos para abrirnos al Reino
de Dios presente en nuestro espíritu.
Se da por supuesto que la posibilidad de
establecer contacto, por la fe, con la habitación de Dios en nosotros se inició
por el bautismo y la confirmación. Dando
absoluta credibilidad (fe) a las palabras de Jesús de que el Reino de Dios está
dentro de nosotros, en cierto momento de nuestra vida debemos iniciar un cambio
radical y profundo de nuestro nivel de concientización sobre la presencia de
Dios en nosotros. Cuando Nicodemo fue a encontrarse con Jesús, en su mente y en
su corazón llevaba una certeza absoluta de que
Dios estaba en Jesús, de lo contrario Jesús no podría realizar las obras que hacia, según Nicodemo.
Entonces Jesús le explicó la condición fundamental
para poder entrar al reino de Dios, “Nadie
puede ver el reino de Dios si no
nace de nuevo, de arriba. Tenemos que
nacer del agua y del Espíritu para poder entrar al reino de Dios.” Jn. 3:
3-7. En otras palabras, para experimentar la presencia de Dios en nuestras
vidas.
Este cambio profundo del que Jesús hablaba a
Nicodemo, San Pablo se lo recuerda a los
cristianos de Roma tres o cuatro décadas después: “más bien transfórmense por la renovación de su mente. Así sabrán ver
cual es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo que es
perfecto”, Rm. 12:2. Y a los
cristianos de Corinto, en una segunda carta, “…el que está en Cristo es una criatura nueva. Para él lo antiguo ha
pasado; un mundo nuevo ha llegado.” 2Cor. 3:17.
Con este método de oración en silencio, sin
imágenes, concentrando nuestra mente en la presencia de Dios en nuestro
espíritu, que los cristianos de los primeros siglos practicaban, los
seguidores de Jesús podemos hoy beneficiarnos de lo que Pablo recomienda a los
cristianos de la ciudad de Efeso. Pablo les dice que a él se le ha encomendado
“esclarecer para todos en qué forma se va realizando el
proyecto secreto escondido desde el principio en Dios, Creador de todas las
cosas”. El proyecto secreto que ha
estado oculto desde el principio, es que Dios está presente en nuestros
espíritus, en nuestras vidas, y que ahora se hace “Emmanuel,” Dios con nosotros
y nos ama.
Y una forma muy eficaz de ponernos en contacto con
la presencia Dios en nosotros, es la oración silenciosa, sin palabras ni
imágenes o meditación. Y aprendiendo a
guardar silencio en nuestra imaginación,
manteniendo a ésta en control de distracciones, permitimos que Dios presente,
se manifieste y que “Podamos conocer más
allá del conocimiento que es el amor de Cristo … y quedar colmados hasta
recibir toda la plenitud de Dios”. Ef. 3:19
Con esto, Pablo está diciendo que con la
meditación en silencio y sin imágenes ni palabras, nos ponemos en otro nivel de
conocimiento que transciende, que va más allá de nuestros sentidos y nuestra
inteligencia. Porque “Dios demuestra su poder en nosotros y puede
realizar mucho mas de lo que pedimos o imaginamos”. Ef. 3:20.
Juan Cassian y sus libros
Esta forma de oración o meditación,
practicada por los apóstoles y los
cristianos de los primeros siglos se perdió paulatinamente para la mayoría de
los creyentes cristianos. Sin embargo, se mantuvo viva y se siguió
practicando por hombres y mujeres en los monasterios del desierto del Medio
Oriente, especialmente en Egipto.
El conocimiento sobre la práctica de la meditación
o contemplación, tal como la practicaron los padres y madres del desierto nos fue trasmitido al Occidente
por Juan Cassian, un joven
cristiano nacido en Rumania, por el año 365 y murió aproximadamente en el
435.
Juan Cassian hablaba griego y latín y en esta
última lengua escribió las Instituciones y las Conferencias. En las
Conferencias discute el ideal del monje y de la oración contemplativa o
meditación. Como todo joven creyente de su generación, Cassian andaba en
búsqueda de las respuestas a los serios interrogantes de su época. El Imperio
Romano se encontraba al borde de su desintegración política, económica y
social. Este desmoronamiento imperial afectaba obviamente a todos los creyentes cristianos.
En su afán de encontrar a Dios se encaminó a
Jerusalén junto con un amigo de nombre Germánico. Ambos ingresaron a un
monasterio de esa ciudad pero después de varios meses se les aconsejó que
viajaran al desierto de Egipto donde se encontraban monjes cristianos de
renombrada sabiduría y santidad. En el
desierto los dos amigos experimentaron la vida monacal en varios conventos y
aprendieron cómo los monjes practicaban la oración contemplativa. Cassian
reportó sus experiencias y largas entrevistas con varios abades sobre la
oración contemplativa.
En su libro “Las Conferencias” dedica especialmente
las Conferencias 9 y 10 a explicar cómo
los monjes podían concentrarse, en silencio, ante la presencia de Dios y
controlar las distracciones en sus largas horas de meditación y trabajo.
Cassian y su amigo Germánico le piden al abad Isaac que les dé una fórmula para
poderse mantener sin distracciones ante la presencia de Dios. El abad les dice
que “la fórmula que va a compartirles la
recibieron desde la antigüedad de otros monjes y ellos a su vez la pasan a los
pocos que estén deseosos de aprenderla.” “Para mantener el pensamiento en la
presencia de Dios,” dice el monje Isaac, “deben aferrarse siempre a esta
formula piadosa, “Ven en mi ayuda, oh,
Dios; Señor apresúrate a rescatarme.” Sal. 69, 2. Esta fórmula
debe repetirse mentalmente durante todo el tiempo de la oración
contemplativa. John Cassian, The Conferences, p. 132.
Cassian tuvo mucha influencia en la fundación de
monasterios, especialmente en San Benito quien usó el libro de Cassian “Las Instituciones” para escribir las reglas
de los monjes Benedictinos.
En nuestra época (vivió) un monje benedictino,
John Main, quien nació en 1926 y murió en 1982. Era irlandés, pero pasó la
mayor parte de su vida en Inglaterra. Al descubrir en la biblioteca de su
convento el libro de Cassian, Las Conferencias, tomó la decisión de compartir
con los cristianos de hoy el gran regalo de vivir en la presencia de Dios.
Fundó en Londres La Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana (The World
Community for Christian Meditation).
John Main y sus colaboradores continuaron la obra de la Comunidad
Mundial para la Meditación en Montreal, (The World Community for Christian
Meditation) en Canada.
El propósito de esta organización es ayudar a
cualquier mujer, hombre o niño a aprender a experimentar la presencia de Dios
en sus vidas. La meditación no es un
proceso para pensar sobre Dios. La meditación
es un proceso para aprender a experimentar, por la fe, a Dios presente
en nuestro espíritu.
John Main decía: “Para orar no tenemos que elaborar algún tipo de oración por nuestra
cuenta. Nuestra oración consiste en
llegar a la presencia de Dios por medio del silencio y, por medio de la fe
unirnos a la oración de Cristo que surge
del centro de nuestro corazón (espíritu) al Padre”
La
meditación u oración contemplativa en las comunidades cristianas primitivas
Tenemos amplia información sobre la práctica de la
oración contemplativa en las comunidades cristianas de fines del primer siglo
de nuestra era. Esto se ve muy claro en
libro de Los Hechos de los Apóstoles, en varias de las cartas de San Pablo, San
Juan, San Pedro y San Judas Tadeo.
Se puede afirmar que el libro de Los Hechos de los
Apóstoles es una crónica sobre la acción del Espíritu Santo escrita por Lucas,
autor del tercer evangelio. Esa poderosa acción de Espíritu Santo va desde
Jerusalén, Asia Menor, Grecia hasta llegar a Roma. Es el Espíritu Santo actuando con la libre y
voluntaria cooperación de los Apóstoles y demás seguidores de Jesús. Los
Apóstoles y algunas mujeres se reunieron después de la Ascensión de Jesús y “perseveraban juntos en la oración en
compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.”
Hechos 1, 14. Esta oración consistía
fundamentalmente en contemplar en silencio la presencia de Jesús resucitado en
sus vidas. Ya no era el Jesús a quien ellos podían ver y tocar como sucedió
durante los cuarenta días antes de la ascensión. Era una contemplación hecha con
los ojos de la fe.
Un evento poderoso, que desde la ascensión, ayudaba
a esos primitivos cristianos a experimentar la presencia de Jesús en sus vidas
individualmente y en comunidad era la “fracción
del pan,”partían el pan en sus casas
y compartían la comida con alegría y con gran sencillez de corazón.” Era la
celebración de la Eucaristía. He. 2, 42 y 46.
En la carta a los Hebreos, destinada a cristianos
de origen Judío, que tiene enseñanzas muy valiosas para los cristianos de todos
los tiempos, el autor hace la distinción entre cristianos “que se ha vuelto lentos para comprender. Ustedes deberían ser maestros
después de tanto tiempo, y, en cambio, necesitan que se les vuelva a enseñar
los primeros pasos de las enseñanzas de Dios. Necesitan leche y no alimento sólido. El que se queda con la leche
no entiende todavía el lenguaje de la vida en santidad, no es más que un niño
pequeño.” Hbr. 5, 11-13.
A este grupo de cristianos que
se mantienen al nivel de ritos solamente, sin una vida espiritual de unión con Dios, el autor contrapone a aquellos que
en espíritu y en verdad mantienen una unión profunda, por medio de la fe, con Dios que habita dentro de sus vidas. A
esos el autor los llama adultos. “A los adultos se les da el alimento sólido,
pues han adquirido la sensibilidad interior y son capaces de distinguir lo
bueno de los malo.” Hbr. 5, 14.
Los adultos son los que están cultivando la experiencia personal de ser
conscientes de que Dios habita dentro de sus vidas. La experiencia de saber que
el Espíritu Santo está dentro de ellos y
los ama, les da la capacidad de renunciar a su propio yo, y son instrumentos de
Dios. Esa intimidad con la presencia de Dios les permite discernir cual es la
voluntad de Dios. Les permite darse cuenta qué pensamientos o acciones no están
en armonía con lo que Dios quiere o con el amor al prójimo.
El “alimento sólido” con que se nutren los cristianos adultos es practicar diariamente vivir en la presencia
de Dios, tal como lo hizo Jesús. Especialmente cuando se retiraba a orar a
lugares solitarios y tranquilos después de una larga jornada de enseñanza y
servicio. Para estos cristianos adultos que entrenan sus facultades con fe y
que guardan silencio para poder escuchar a Dios, los sacramentos, especialmente
la celebración de la Eucaristía y la lectura de las Sagradas Escrituras
adquieren un valor que va más allá de
una simple práctica ritual.
Cuando el cristiano adulto lee la Sagrada Biblia
activa su fe, su tercer ojo, para ponerse en contacto con la palabra viviente
que es el Espíritu de Jesús que habita en lo profundo de su corazón. Cuando el
cristiano adulto recibe la Eucaristía adquiere clara consciencia de que el Dios
que habita en el, habita también en los
demás hermanos reunidos en la asamblea eucarística, en su familia, en su
trabajo y en los que no creen.
Los adultos, son aquellos que han aprendido mediante
la oración, pero especialmente la oración contemplativa, a amar a Dios y a sus
hermanos. “Si alguien me ama, guardará
mis palabras, y mi Padre lo amará, Entonces vendremos a el para poner nuestra
morada en el.” Jn. 14, 23.
Otro ejemplo de esos seguidores de Jesús que son adultos, son los Cristianos de Roma. En
la carta a los Romanos, capítulo 8, Pablo nos informa que en esa comunidad
cristiana, existe una profunda fe en la presencia del Espíritu Santo. Esos
cristianos permiten que el Espíritu Santo los guíe. Tal información es un serio
indicador que ellos practicaban la oración contemplativa. “Ustedes ya no están en la carne, sino que viven en el Espíritu pues
el Espíritu de Dios habita en ustedes.
Si alguno no tuviera el Espíritu de Cristo, este no le pertenecería. Pero
Cristo está en ustedes…Y si el Espíritu de Aquel que resucitó Jesús de entre los muertos dará también vida
a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita en ustedes.” Rm. 8, 9-11. La palabra carne no se refiere a la fornicación
necesariamente sino que significa toda inclinación de nuestras mentes y
voluntades que no están en armonía con la voluntad de Dios o que perjudican a
los demás.
El Espíritu Santo habita en nosotros, y la forma
más poderosa de ponernos en contacto con el Divino Espíritu es mediante la fe y
como dice San Judas Tadeo en su carta, “Oren
en el Espíritu Santo.” Jud. 1, 20.
Orar en el Espíritu Santo quiere decir ponernos en silencio interior,
calmar nuestros pensamientos y nuestras imaginaciones para poder escuchar la
voz del Espíritu Santo.
Muchos de los Cristianos de
Roma practicaban la oración
contemplativa además de la oración oral. En el mismo capítulo 8 Pablo le dice a
los cristianos de Roma: “Somos débiles,
pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos cómo pedir ni qué pedir, pero
el Espíritu lo pide por nosotros, con gemidos inefables. Y aquel que penetra
los secretos más íntimos entiende esas aspiraciones del Espíritu, pues el Espíritu quiere conseguir
para los santos lo que es de Dios.” Rm.
8, 26-27.
Estas palabras de San Pablo
sólo tienen sentido en el contexto de una comunidad que practíca la oración
contemplativa basada en la fe. Por revelación de Jesús sabemos que el Espíritu
Santo habita siempre en nosotros. Y los cristianos de Roma vivían la fe de esa gran
realidad. Para ellos el Espíritu Santo era el paráclito, que en griego puede significar intercesor, abogado o
interprete. Ellos sabían que el Espíritu
Santo está siempre intercediendo por nosotros e interpretándonos las enseñanzas
de Jesús desde lo más profundo de nuestros corazones. Jn. 14, 26. Esa continua
oración del Divino Espíritu es más poderosa que nuestras oraciones individuales.
Por eso es tan importante
guardar silencio ante la presencia del Espíritu Santo, dejar a un lado nuestros
propios pensamientos e imaginaciones y con fe tener la certeza que el Espíritu
Santo sabe lo que necesitamos. Mt. 6, 8.
San Pablo cataloga también a
los cristianos de la Iglesia de Corinto en dos categorías: los que viven como
personas carnales y los que viven como personas espirituales o perfectos. Los carnales, son aquellos que se dejan guiar
por pensamientos y sentimientos que no estás en armonía con la voluntad de
Dios. San Pablo los llama: “niños en
Cristo. Les di leche y no alimento sólido, porque no estaba a su alcance, ni
siquiera ahora, pues continúan siendo carnales.” 1 Cor. 3, 1-4. Da la impresión que estos
carnales se conforman con los ritos externos o personalidades. Algunos de esos
cristianos se declaraban partidarios de
Pedro y otros de Apolo. No se percataban del mensaje central que tanto
Pablo como Apolo predicaban. Este comportamiento establecía rivalidades y
divisiones que afectaban a las comunidades cristianas.
En cambio con los perfectos o
espirituales Pablo les habla de una sabiduría que no viene de este mundo. Les
habla no en términos de la sabiduría humana sino si no de una sabiduría divina
que viene del Espíritu Santo. “Es verdad
que con los perfectos hablamos de sabiduría, pero es una sabiduría que no
procede de este mundo ni de sus poderes, que están para desaparecer. Enseñamos
el misterio de la sabiduría divina, el plan secreto que estableció Dios desde
el principio para llevarnos a la gloria.” 1 Cor. 2, 6-7. Este grupo de cristianos adultos son los que
practican la oración contemplativa u oración en el Espíritu santo. Ese tipo de
oración contemplativa es el que nos permite, por la fe, captar las realidades
espirituales que el Espíritu Santo
manifiesta. Esos cristianos adultos son
los que al principio o de nuestra era y hoy en el siglo 21 tienen la “forma de pensar de Cristo.” 1 Cor. 2,
16.
Pensar como Cristo quiere
decir renunciar a nosotros mismos, a nuestros propios pensamientos e
imaginaciones y permitir que el mandamiento del amor a Dios y a nuestros
hermanos impere en lo que pensamos, decimos o hacemos. Entonces, dice Jesús: “Mi Padre y yo vendremos a él para poner
nuestra morada en él.” Jn.14.23.
Cuando renunciamos a nosotros
mismos nos hacemos instrumentos del Espíritu Santo y Dios nos usa para hacer su
obra. Lo mismo que Dios hizo con Jesús. Eso significa ser un cristiano adulto.
Cuando permitimos que el Espíritu Santo
actúe usándonos como sus instrumentos entonces tenemos la sabiduría que viene
de Dios y no de este mundo.
En la carta a los cristianos
de la Iglesia de Efeso
Pablo usa términos como “llegar a
ser el hombre perfecto,” “alcanzar la madurez en la plenitud de Cristo,” que
no tendrían sentido sino en el contexto de una comunidad que está practicando
la oración contemplativa u “oración en el Espíritu Santo.” Este tipo de oración
ayuda a los cristiano de Efeso a vivir en la unión con Cristo que los capacita
para contribuir efectivamente en la construcción de una iglesia de piedras
vivas. Cristianos que sean capaces de
compartir su fe con los que no son cristianos para que reciban el conocimiento
de Cristo por el bautismo.
Los cristianos de Efeso deben continuamente trabajar para lograr
la perfección de un seguidor de Jesús. Por medio de los dones del Espíritu
Santo y de sus carismas el
Espíritu Santo, “Prepara a los suyos
para las obras del ministerio en vista de la construcción del cuerpo de Cristo;
hasta que todos alcancemos la unidad en
la fe y conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser el hombre perfecto, con
esa madurez que no es otra cosa que la plenitud de Cristo. Entonces no seremos
ya niños zarandeados y llevados por cualquier viento de doctrina o invento de personas astutas,
expertas en el arte de engañar.” Ef.
4, 12-15.
Sólo siendo conscientes
de la verdad que es la presencia de Dios en nosotros,
por medio de la oración contemplativa, podremos crecer hacia el hombre perfecto
que se alimenta con la comida sólida de la presencia del Espíritu Santo.
Pablo pide también a los
cristianos de Efeso que “Deben
despojarse del hombre viejo al que sus pasiones van destruyendo…y renovarse por
el espíritu desde dentro. Revístanse pues, del hombre nuevo, el hombre según
Dios que él crea en la verdadera justicia y santidad.” Ef. 4, 22-24.
Tanto el despojarse de la
persona vieja como revestirse de la persona nueva indica un proceso continuo en
el seguidor de Jesús. Ese proceso comienza con el bautismo y conocimiento de
Jesús y debe reactivarse mediante la oración en el Espíritu Santo. La persona
nueva es creada por Dios en verdad, justicia y santidad. Estos atributos se
refieren a la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Al renunciar a la
persona vieja y revestirnos de la persona nueva mediante la constante oración
en el Espíritu Santo, permitimos que
Dios nos use como instrumentos suyos. Es
Dios actuando por medio de nosotros.
Esta disponibilidad de nuestro
ser a la voluntad de Dios es la única forma de realizar el mandato de Jesús: “Por su parte, sean perfectos como es
perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo.” Mt. 5, 48. Sólo Dios es
perfecto, pero al ser conscientes de su presencia en nosotros que es la verdad,
la justicia y la santidad nos hacemos participes de las cualidades de Dios.
Pablo le dice a los cristianos
de Colosa, iglesia fundada por él, “ustedes
se despojaron del hombre viejo y de sus vicios y se revistieron del hombre
nuevo que no cesa de renovarse a la imagen de su Creador hasta alcanzar el perfecto
conocimiento…Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios,
sus santos muy queridos.” Col. 3,
9-12. Para estos Cristianos Colosenses
la continua renovación interior es un proceso en continuo crecimiento. Esa
renovación interna está basada en el conocimiento de Dios que solo se realiza
por medio de la fe y la oración en el Espíritu Santo. En la experiencia de la presencia de Dios. Es un conocimiento que radica no en la
inteligencia sino en el espíritu del creyente por la fe. Ese es el alimento
sólido del que habla San Pablo.
Al final de la carta a los
Efesios Pablo les dice que la única forma para ser fuertes es la oración
constante. “Vivan orando y suplicando.
Oren en todo tiempo según les inspire el Espíritu. Velen en común y perseveren
en sus oraciones sin desanimarse nunca, intercediendo a favor de todos los
santos, sus hermanos.” Ef. 6, 18.
Este tipo de oración en el Espíritu, quiere decir, ser conscientes de la
presencia del Espíritu Santo por medio
de la oración contemplativa, basada en la fe. El Espíritu Santo está
continuamente intercediendo por nosotros desde lo más profundo de nuestros
corazones. Rm. 8, 26. San Judas Tadeo recomienda también a los cristianos de
todas las iglesias, “orar en el Espíritu.”
Finalmente, a los cristianos
de Tesalónica Pablo les dice en su primera carta: “Todos ustedes son hijos de la luz e hijos del día: no somos de la noche
ni de las tinieblas.” Tes. 5, 5. Esta poderosa afirmación de Pablo corresponde a las enseñanzas de Jesús
de que por el bautismo los cristianos de Tesalónica recibieron la luz del Espíritu
Santo y son iluminados interiormente mediante la oración contemplativa. Así como Jesús, en quien brilla a luz del
Padre encarnado en El, lo hace ser la Luz del mundo, los seguidores
de Jesús son también la luz del mundo porque Dios está habitando en ellos.
Mt.5, 14-16.
San Juan nos enseña que Dios
es luz. Y la razón por la cual nosotros somos luz del mundo es porque Dios, que
es el Espíritu Santo habita en nosotros, está siempre presente en nosotros y
más aún, nos ama. Y esa Luz verdadera ilumina a todo ser humano.
Jn. 1, 3-12. Los seguidores de Jesús
tienen la obligación de hacer que esa luz brille y sea vista por los que nos rodean.
Y la forma de hacerlo es pensando, diciendo y haciendo las cosas que hacen
felices a nuestros prójimos. Eso es el amor. Mt.5, 15-16. Nuestro prójimo son
todas las personas con quienes vivimos, nuestros vecinos nacionales e
internacionales y las personas con quienes trabajamos.
El cristiano tiene que ser
consciente de la presencia de esa Luz del Espíritu Santo que habita en nosotros
mediante la oración, especialmente la oración contemplativa.
El mismo Espíritu Santo que
ayudó a los Cristianos de Tesalónica, Corinto, Filipo, Roma y Efeso a ser luz
del mundo en sus comunidades está presente hoy en nosotros, para ayudarnos a
ser luz en las comunidades del s. XXI.
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