Fijate que mientras leía hoy me vino a la mente tu nombre y me dije porqué no compartir tan lindo testimonio.
Realmente el mar es una de las maravillas dadas por el Creador para que admiremos; particularmente su movimiento me transporta la mirada hacia ese horizonte de calma pero también de fortaleza y coraje que Dios en su presencia transmite. Así lo inconmensurable se transforma en Presencia, Principio y Final de su Amor Incondicional.
Son momentos vividos tan armoniosamente que mi corazón se desnuda de todo ego, de toda razón para vibrar en un estado de solo EL.
Nuevamente Dios derrame bendiciones.
AVEGA MAR ADENTRO
del Padre Rafael Del Blanco, columnista del diario Norte de
la ciudad de Resistencia (Chaco – Argentina), domingo 10 de febrero de 2013
Navegábamos desde las islas del Rosario, mar adentro, y
hacia las costas de Cartagena de Indias, en Colombia. Estuve al menos una vez
en mi vida mar adentro, en un viaje que no fue tan apacible porque teníamos un
mar muy agitado. La barca era agitada por las olas en un espectáculo
estremecedor ya que el mar parecía un monstruo cuyas olas con sus crestas
embravecidas parecían querer devorarnos; en cualquier lugar donde depositábamos
la mirada veíamos olas; estaban atrás, adelante, a la izquierda, alla derecha,
olas inmensas, como muros que se levantaban, amenazadoras contra la barca.
Ésta, con sus motores en máxima potencia, trepaba las olas para descender
violentamente, cayendo aveces en el vacío, y otras, como galopando entre las
lenguas de agua que por momentos parecía estar a punto de aplastarnos.
Afuera de la barca, las ráfagas de viento rugían como truenos
y movían las aguas hasta expulsar a los peces fuera de la superficie, peces de
todos los colores y dimensiones volando por
los aires; era un espectáculo al mismo tiempo maravilloso y de terror,
porque estábamos muy asustados en medio de ese inmenso mar agitado.
Cerrábamos los ojos y en medio del temor, con esperanza,
suplicábamos a Dios que nos llevara a la costa para que la barca llegara al
puerto y a tierra firme.
¡Qué pequeños nos sentíamos frente al poder de la
naturaleza!, barquito de papel, necesitados de Dios en medio de la tempestad.
Este viaje épico que tuvo final feliz, se transformó en la gran metáfora de mi
vida.
Un día cualquiera el Señor se aproximó a mi orilla que
estaba desolada y triste. Igual que Pedro, Santiago y Juan, yo también escuché
aquella sugestiva invitación:
“Navega mar adentro y
hecha las redes”.
Sin entender mucho lo que significaba esa invitación, decidí
aceptar esa propuesta y remé mar adentro con mis frágiles y humildes redes.
Casi después de veinte años de navegar en ese mar, he tenido
las más variadas experiencias, que tienen que ver con la vida y con el
ejercicio de mi ministerio sacerdotal. He atravesado por mares calmos, plagados
de la serenidad y de la hermosura, donde era tan sencillo contemplar el
misterio del amor de Dios; me he encontrado también en mares tormentosos,
surcando tinieblas, sin observar ni una sola estrella y a tientas remando en la
oscuridad; he sentido en tantos tramos de este viaje el trueno intimidante de mis dudas y de mis
miedos, que como ráfagas amenazantes ponían a mi viaje grandes interrogantes
sobre la posibilidad de llegar a destino.
No hay puertos ni costas que se avizoren cuando vamos
navegando en medio de la tempestad y de las tinieblas. He surcado también los
mares del gozo, de la plenitud, de la nostalgia, del fracaso, de la
contradicción y el Señor ha estado siempre conmigo. Seguro timonel de mi frágil
barca de papel, Jesús ha viajado siempre conmigo. Él fue el conductor, nunca
fui yo el protagonista de ese viaje. Él fue la brújula, el timón y la gran vela
empujando mi existencia hacia el puerto seguro de su amor.
Y seguimos remando, y
seguimos amando, los dos juntos. porque la historia del hombre no es nunca “de a uno”, sino “de a dos”, “yo y mi Dios”,
la cosa es “entre nosotros dos”.
El presente de este viaje en
este tiempo es calmo, muy mar adentro y tan sobreabundante en la pesca; sé, sin
embargo, que el mar puede levantarse de nuevo en cualquier momento y sacudir la
barca de papel que navega mar adentro del misterio de Dios.
También sé, que luego de casi veinte años de una
aventura inolvidable, nada, nadie, nunca podrá sacar a Dios de mi vida; ni Él a
mí; ni yo a Él. Es una cuestión de amor, es una cuestión de honor, y, por sobre
todas las cosas, es una cuestión de fe.
Publicado por:
www.permanecerensuamor.com
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