Para Jesús la Buena Nueva era lo mismo que el Reino de
Dios, la presencia de Dios dentro de
nosotros, la Vida eterna o la Verdad. El
siempre insistió en la perentoria necesidad de orar con perseverancia y sin
desanimarse jamás. Como nos lo muestra en
la parábola de la viuda y el juez que no temía Dios (Lc. 18, 1-7)o la parábola del
que fue a pedir panes prestados para
atender a un visitante inesperado.(Lc. 11, 5-13.)
Con su práctica Jesús
confirmó esta gran necesidad de orar. Los cuatro evangelistas mencionan más de
quince veces que Jesús después de cada
día de trabajo, de andar predicando y sanando a cientos de personas, él se
retiraba a lugares solitarios y tranquilos y se ponía a orar. En algunas
ocasiones Jesús se pasó orando toda la noche.(Lc. 6,12)Varias veces los
evangelistas mencionan que sus discípulos lo acompañaban en estos momentos de
oración y aprendieron con él cómo orar.(Lc. 9,18)
La visita al huerto
de Getsemaní constituye el momento más crucial para Jesús como ser humano. El
puede sentir la enormidad de los sufrimientos que van a comenzar casi de
inmediato. Se postra en el suelo y ora en voz alta al Padre. Cuando encuentra a
Pedro y los demás apóstoles dormidos en vez de estar en vela junto con él,
Jesús hizo la advertencia más crucial para los que lo seguían en esos momentos
y para sus seguidores de todos los tiempos.
“Estén despiertos y orando, para
que no caigan en tentación; el espíritu es animoso, pero la carne es débil.” (Mt.
26, 41)
Cuando Jesús insiste
en la gran necesidad de orar no se refiere a un simple balbuceo de palabras,
sino a una actitud de pobreza, humildad y total sometimiento y confianza en
Dios. A una reverente apertura de nuestro espíritu ante la presencia de Dios
que siempre habita dentro de nosotros.Esa actitud de oración ante un Dios
amoroso y presente en nuestros corazones, implica una renuncia a nuestro propio
yo, a nuestros pensamientos e imaginaciones. Es la actitud de ser instrumentos
voluntarios y dejar que sea Dios quien actúe en nosotros.
El mensaje central y
poderoso de sus tres años de predicación que Jesús llamó la Buena Nueva o la
gran noticia es que Dios está presente en el universo y habita dentro de cada
uno de nosotros. Y ese Dios Infinito no solo está presente dentro de nosotros
sino que nos ama. Esta gran verdad implica que debemos cambiar nuestra forma de
pensar en forma radical. Ese cambio se realiza en lo más profundo de nuestros
corazones y por eso debemos dejar nuestros propios caminos y seguir los caminos
de Dios. “Arrepiéntanse y cambien sus
corazones porque el reino de los cielos se ha acercado.” (Mt. 4, 17.) Así
gritaba Jesús a lo largo y ancho de toda Palestina.
El Dios creador del
universo se había encarnado en Jesús, quien tenía clara conciencia de esta gran
realidad. Pero sus enseñanzas y todos
sus milagros incluyendo su resurrección estaban encaminados a hacernos
conscientes de que el Dios amoroso encarnado en él también está presente y mora
en cada uno de nosotros.
Más tarde en uno de
los encuentros con las multitudes que lo seguían para escuchar su mensaje, unos
fariseos le interrogaron: “Cuando va a venir
el Reino de Dios? Y él les respondió: La venida del Reino de Dios no es cosa
que se pueda verificar. No se va a decir: Está aquí o está acá. Y sepan que el
Reino de Dios está en medio de ustedes.” Lc. 17, 20-21. En la narración de
este hecho Lucas usa la palabra griega (entós)
que significa dentro de vosotros o en vuestras vidas.
Cuando Jesús hizo
estas afirmaciones no se refería a algo que va a pasar después de la muerte
sino algo que ya está sucediendo ahora. El Reino de Dios se está llevando a
cabo ahora, dentro de cada persona. Dios está presente dentro de buenos y
malos.
Para Jesús, tener el
Reino de Dios es lo mismo que tener la
vida eterna. Jesús afirma en Juan 17 que
él vino a comunicar la vida a todos los mortales y para disipar
cualquier malentendido como, por ejemplo, que la vida eterna es después de la
muerte, Jesús afirmó categóricamente: “Pues
esta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que
enviaste, Jesús el Cristo.” Jn. 17, 1-3.
Está implícito en esta afirmación que el conocimiento de Dios, por la fe
al cual Jesús se refiere, debe llevarse a cabo durante la vida presente como un
requisito para poder ver a Dios cara a cara después de la muerte.
Para Jesús, tener el
Reino de Dios dentro de nosotros o tener la Vida Eterna es lo mismo que tener
al Espíritu Santo presente en nuestras vidas.
En los capítulos catorce, quince y dieciséis del evangelio de San Juan
Jesús dedica varias horas, antes de su pasión, para explicarnos quien se iba a
quedar con nosotros después de su partida al Padre.
Yo rogaré al Padre y él
les va a mandar “a otro abogado o
intercesor que estará con ustedes siempre.” “Este es el Espíritu de
Verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes
saben que él permanece con ustedes y estará en ustedes.” (Jn. 14, 15-17).
Cuál es la razón de
esa permanencia o habitación del Espíritu Santo dentro de nosotros? “En
adelante el Espíritu Santo Intérprete…les va a enseñar todas las cosas y les
recordará todas mis palabras.” (Jn.
14, 26). El Espíritu Santo nos “ayudará
a producir mucho fruto, llegando a ser con esto mis auténticos discípulos.”
( Jn. 15, 8). El fruto del cual Jesús habla son las buenas obras de servicio a
los demás. Y por último, la permanencia del Espíritu Santo dentro de nosotros
es para “introducirnos en la verdad
total.” (Jn. 16, 13). Que es,ser conscientes de la presencia de Dios en
nosotros.
También, el Reino de
Dios para Jesús, es lo mismo que la Verdad. Ante el tribunal que le juzgaba y representaba
a Cesar, Jesús proclama, en forma oficial, que él es Rey y como tal vino a dar
testimonio de la Verdad. “Tú lo has
dicho: yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para ser testigo de
la verdad. Todo hombre que está de parte de la verdad, escucha mi voz.” (Jn.
18, 37).
El verdadero seguidor
de Jesús cumple con el mandamiento del amor y produce mucho fruto. (Jn. 15,8.)
Amar a Dios y al
prójimo con nuestras acciones es un indicador de que Dios habita en nosotros.
(Jn. 14, 23.) Y según Jesús, los que guardan los mandamientos son hijos de la
Verdad. “Ustedes serán mis verdaderos
discípulos si guardan siempre mi palabra, entonces conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.” (Jn.8, 31-32.) Conocer la
Verdad es lo mismo que conocer a Dios y a Jesús. La Verdad es que Dios habita
dentro de nosotros y está siempre presente y nos ama. Cuando alguien se deja
guiar por el Espíritu Santo se libera de todo lo que quebranta las leyes de
armonía del amor y camina al unísono con la voluntad de Dios. Es libre.
La Buena Nueva o el
Reino de Dios para Jesús es que Dios es amor. La presencia de Dios en nuestras
vidas es la prueba más poderosa de que Dios es amor y nos ama. San Juan, a lo
largo de su evangelio y en especial en su Primera Carta expresa categóricamente
que “Nosotros hemos encontrado el amor
de Dios presente entre nosotros, y hemos creído en su amor. Dios es amor.” (1
Jn. 4, 16).
En varias ocasiones
los Evangelios nos presentan a Jesús orando en alta voz, practicando la oración
oral. Varias veces se menciona que Jesús
se retiraba a lugares solitarios y tranquilos a orar, pero no se menciona cómo
oraba. En el capítulo sexto de Mateo
Jesús mismo nos indica que él practicaba la oración contemplativa en silencio y sin palabras. Y Lucas
nos dice que sus discípulos aprendieron de él cómo hacerlo. “Un día se había ido Jesús a un lugar
solitario para orar y sus discípulos estaban con él.” (Lc. 9, 18.) En el
siguiente evento Jesús nos indica cómo oraba él, cuando se retiraba a solas o
con sus discípulos a lugares tranquilos y sin bullicio.
“Tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la
puerta y reza a tu Padre que comparte tus secretos, y tu Padre, que ve los
secretos, te premiará. Al orar no multipliques las palabras, como hacen los
paganos que piensan que por mucho hablar serán atendidos. Ustedes no recen de
ese modo, porque antes que pidan, el Padre sabe lo que necesitan.” (Mt. 6, 6-8.)
Cerrar la puerta,
además de un lugar físico, se refiere al recinto interior de nuestro espíritu.
La puerta de ese recinto son nuestros ojos. Como Dios habita dentro de nosotros no es necesario,
a este nivel de unión íntima con El, decirle con palabras lo que necesitamos
pues El ya lo sabe.
Durante sus tres años
de ministerio público la gran preocupación de Jesús fue ayudar a sus seguidores
a tomar consciencia del gran valor de la presencia de Dios en nosotros. Con
muchas parábolas, especialmente en Mateo 13, Jesús trata de enfatizar qué tan
valioso es, ser conscientes, de la presencia del Reino de Dios en nosotros.
La presencia de Dios
en nosotros es como un tesoro escondido en un campo o como una perla de gran
valor. La presencia de Dios en nosotros
es como un grano de mostaza que comienza en pequeño y crece como el arbolito de
un huerto. Tomar conciencia de la presencia de Dios es algo dinámico y poderoso
que se expande de un ser humano a otro como la levadura que una mujer pone en
dos medidas de harina.
A esta forma de orar
que es la contemplación, el Catecismo de la Iglesia Católica la llama “El tiempo fuerte por excelencia de la
oración, un don de Dios, mirada de fe, silencio, comunión de amor portadora de
vida.” (# 2709-2719.)
Si usted desea
aprender a ponerse en contacto con el Dios amoroso que siempre ha estado
habitando en su corazón y le ama, póngase en contacto con el autor de este
artículo: aeneira@yahoo.com. O puede llamar a Alfredo E. Neira, al teléfono:
(415) 515-1650 (en Argentina).
Alfredo Neira
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