
Nos
cuesta aceptar que nuestra vida terrena un día llegará a su fin;
entonces hay quienes se engañan a si mismos haciendo de su vida una
dependencia y carrera hacia todas esas cosas materiales. Así el sentido
de la vida va diluyéndose en la búsqueda de la satisfacción
inmediata. Pero la gran paradoja, es que eso no es la felicidad y por
ese camino nunca se alcanzará.
En este tiempo de cuaresma Jesús nos tiende su mano, nos llama, nos muestra la verdadera felicidad.
Quiero que me abraces, Jesús; quiero sentarme a la orilla del Jordán y escuchar tus enseñanzas.
Se que con tu muerte y resurrección nos abres el camino a
nuestra vida junto a vos, a la vida de gracias que no tiene fin.
Graciela Benceny
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