05 octubre 2011

La Unidad es la Realidad - Inma Martí

La unidad es la realidad, independientemente de que la experimentemos sensiblemente o no. Es muy difícil poder expresar con palabras las pequeñas intuiciones de unidad que aparecen como un relámpago de luz muy de tarde en tarde. Quienes las han experimentado lo intentan, a veces preciosamente, y nos ayudan y animan también a nosotros. Pero siempre concluyen que se quedan muy cortos con respecto a lo que experimentaron, y sobre todo, nada de eso quizá sea la realidad, todavía.
Me impresiona siempre mucho lo que leo en la primera carta de s. Juan, 4, 12: “A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.” Juan, que convivió con Jesús, ha sabido transmitir a su Comunidad esta experiencia. Somos uno con Dios y lo sabemos porque amamos a los hermanos. No me canso de leer este cap. 4 especialmente desde el v. 7 hasta el final.
También es esa nuestra experiencia, salvando las distancias. Cuántas veces hemos dicho a nuestros amigos: Eres un don de Dios, nuestra amistad es un don de Dios… ¡y así es!, expresándonos así referimos la preciosa experiencia de la amistad a Dios mismo, porque nuestras palabras no son capaces de contener toda la felicidad y el amor que nos invade gracias a este regalo que ni tan siquiera buscamos, sino que “apareció” y supimos ver…así brota constantemente la gratitud y el deseo de bondad no sólo hacia la amiga/amigo, sino hacia el resto de la creación. Y sabemos cierto que es un regalo de Dios, más aún: es experiencia de Dios. Lo mismo, con matices diferentes, sucede con la experiencia de la fraternidad en Comunidad y con la experiencia del amor de pareja y la familia. Quienes compartimos nuestra vida en comunidad, y también quienes tienen esposo, esposa, hijos nietos… habrán experimentado miles y miles de veces estos sentimientos, vislumbrando una realidad que no podemos apresar… Que está para que todos beban de esa fuente… y nos sentimos afortunados cada vez que se nos da el beber de ella…
Ese mismo regalo nos aguarda en otros hermanos y hermanas. Quizá no sea tan “sabroso” como los anteriores, pero es igualmente nutritivo. Es amor. Es el amor que puedo brindar, sin esperar recompensa, a mi compañero de trabajo, a los conocidos, a quien me ha ofendido, a quien necesita ahora de mí porque su situación lo hace encontrarse más vulnerable. A tantos empobrecidos hoy en nuestro mundo… Así es como vivo la experiencia de Dios. Cuando sirvo al hermano, cuando dedico mi tiempo y cualidades a alguien sin esperar que me lo devuelvan, cuando perdono una ofensa, cuando en el secreto de mi corazón decido no ser tan dura con X, cuando soy capaz de pedir perdón con toda lealtad, cuando consumo responsablemente para cuidar el ambiente y la Creación. Todo esto aunque no esté pasando mi mejor momento de “entusiasmo”. No son solamente decisiones éticas. Ahí está la presencia del Amor de Dios viviendo en mí. En cualquiera de estas decisiones, más allá de sentimientos piadosos, está, quizá escondida, velada de alguna forma, la experiencia de la Unidad en Dios, pero no por eso menos real.
Lo que sucede es que frecuentemente estas últimas experiencias “nos cansan”. He descubierto que es así cuando en ellas secretamente ponemos otras expectativas diferentes al puro amor de Dios. Cuántas veces se dice: “Llenarnos de Dios en la oración para vaciarnos en el servicio al hermano”. Sin embargo, lo realmente maravilloso es que cuando medito tengo un encuentro con Dios que me llena de vida; y cuando sirvo al hermano, cuando estoy con él, cuando me comparto dejando todo interés personal, tengo también un encuentro con Dios que me llena de vida. Lo mismo que en la oración. Creo que ahí radica la experiencia de unidad. Sin embargo, y esto para mí es muy importante, ninguna de las dos formas de encuentro con Dios, sustituye a la otra. Ambas son insustituibles, y yo me atrevo a decir que imprescindibles. Ambas nos forman, nos ayudan a madurar en el Amor.

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