19 octubre 2011

¿Por qué empecé a meditar? - Inma Martí

“De noche iremos, de noche,
que para encontrar la fuente
sólo la sed nos alumbra”. (Luis Rosales)
Yo oraba de diferentes maneras.  Para mí eran buenas.  Buscaba ahí el encuentro con Dios, como sabía que Dios quiere encontrarse con la persona que ora.  No he sido persona de “rezos” ni de muchas fórmulas para orar.  Tenía las imprescindibles.  Me gustaba orar sin fórmulas.  Pero aún desconocía la riqueza que guarda el mismo SILENCIO.  A veces, si leía algo relacionado con esto, me gustaba, pero nunca pensé que fuese para mí (o quizá sí, pero no me lanzaba a hacer la experiencia).  Así que conocía “de oídas”, de segunda mano.  Tenía momentos de oración en silencio, pero en ésta había muchos contenidos mentales, discursivos.  A veces “pensaba sobre Dios” y a veces pensaba otras cosas.
El anhelo del encuentro con Dios iba creciendo en mí, pero quedaba sin respuesta y yo no sabía qué hacer.  Entretanto la vida iba trayendo acontecimientos de todos los colores, y a medida que crecían las responsabilidades, las demandas, las urgencias… las prisas… los problemas, yo me iba desfondando.  Este desfondamiento psicológico fue como un reclamo a mi dimensión espiritual.  Me implicaba en proyectos, tareas, intentaba dar lo mejor de mí… todo me parecía un entretenimiento, un pasatiempo.  La sed fundamental seguía ahí, intacta, sin yo saber qué sentido tenía.  Sentía que mi vida, yo misma, iba perdiendo pie en medio de todo lo que sucedía.  Hasta las cosas agradables perdieron su sabor.  Yo seguía llamando a Dios.  Más bien, seguía esperándolo.  Cada vez me era más difícil el encuentro.
Casualmente llegó a mis manos el Cántico Espiritual de S. Juan de la Cruz.  Fue una llamada.  Y a esa se añadieron otras.  Mi amiga Mari, que había iniciado años antes el camino fue la primera en decirme que esto no es para personas especiales, que Dios me estaba buscando… y que no es porque yo fuera especial, sino que es su Amor quien nos busca. 
Estaba deseando dejar de “gastar mi  jornal en lo que no sacia”, dejar de beber en “aljibes agrietados”.  Un día me senté y traté de hacer SILENCIO.  Y ahí empezó todo.  No había más que regresar, una y otra vez, al silencio.  Encontré dificultades, pero ya nunca lo dejé.  Descubrí mi pequeñez, pero sobre todo descubrí que el Amor formaba parte de mí, que yo formaba parte del Amor… que siempre había sido así, que va a seguir así.  Que el Presente  en su Presencia basta.  Ahí están todos los tesoros. 

1 comentario:

Lucía dijo...

Querida Inma:
Te felicito y te agradezco por tu tiempo y tu generosidad de compartir tu historia. Desde entonces sospechabas por donde era el camino. Junto a cada paso dado, va otra huella - el paso del Señor, abrazándote, conduciéndote con dulzura y suavidad, lo que se refleja en tus palabras.

Decir esto, regalarnos tu historia es un privilegio - es una señal, es un aprendizaje - es un saber que sí es posible. Solo tenemos que dar el SI - todos los días, en constancia, perseverando, regresar y estar en El.

Dios te bendice!